Ut silvae, ita verba

Hay una hora en esta capilla en la que el sol se resiste. Afuera anochece ya de este lado de las montañas. Dentro, los metales se turnan en resplandores junto al Santísimo. Pero la noche cae aquí también, o se levanta, porque es una sombra azul la que crece junto a este altar, como si quisiera subrayar con su espesor aquella forma blanquísima sobre la piedra. De vez en cuando entra o sale alguien. Se acercan pasos, cruje una rodilla y luego la madera de un banco, alguien suspira. No sucede nada, y, sin embargo, aquí el verbo ser alcanza su tiempo más propio. Una realidad que tiende al círculo, como un niño recién nacido cuando duerme. ¿Qué tiene esa línea de su madre?, ¿qué gesto conserva de aquel que escribió sobre la arena? Ahora es ya la noche oscura, y el aire vacila contra los muros las velas, y hasta parece que la piedra de esta capilla se ablandara como un nido.

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…morisqueta pasó a llamarse Jardines en la estepa con un subtítulo horaciano: Ut silvae, ita verba. No es una cita textual, así que tuve que reformular el genitivo original. El nuevo nombre puede parecer paisajístico. El asunto de la jardinería no me es para nada ajeno. Y las metáforas paisajísticas sobre el espíritu son reveladoras: «paisaje espiritual» (Grimal), «castillo interior» (Santa Teresa), «arquitectura» y “secreto planeta” (Chesterton), “paisaje interior” (Oteriño), etc. …morisqueta fue un buen nombre, y le tengo cariño, pero creo que el blog hace tiempo que venía siendo más poético que ingenioso, así que «Jardines en la estepa» digamos que es un nombre más adecuado a su ser. Esto que sigue parece una tontería, pero a mí, un ave de costumbres, me cuesta decidir estos cambios. Dejo aquí, a modo de pequeño homenaje, un recuerdo de la vida —bastante larga, a decir verdad─ de …morisqueta.

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