El sentido de la sal y el teatro inmersivo

Dejé la sal. Fue sin una causa médica, sin motivo alguno. Es, sin embargo, un cambio rotundo: tengo presión baja y desde que tengo memoria agrego muchísima sal a la comida. Incluso sin probarla antes. Sobre mi plato se generaba una fina capa blanca, «nieva sobre la comida». Ahora dejé de agregar sal y realmente me costó menos de lo que pensaba, aunque algo se sufre, también. Sin sal, la carne, el pollo, una ensalada son platos más sutiles pero menos ricos. Más profundos, con más matices, pero más difíciles. Durante las comidas me acuerdo ahora de Mateo 5, 13: «ustedes son la sal del mundo». Tres sentidos aparecen en la Catena Aurea sobre esto: la sal preserva de la corrupción, la sal da sabor y, el sentido menos usual que solo Jerónimo referencia, la sal arrojada sobre los campos evita que crezcan malezas. Me quedo con este último sentido, entonces, y guardo la sal para mis Jardines.

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Participé en una obra de teatro inmersivo, género que yo desconocía totalmente, y salí maravillada. La compañía se llama «MisteriosaMente» y realiza sus números en una casona de San Telmo. La sala está ambientada para la ocasión con luz amarilla y tenue, y personajes de sombrero y tweed van y vienen mientras presentan un caso de misterio o fantasía que cada grupo debe solucionar. La función a la que fuimos trataba sobre una serie de misteriosas muertes sucedidas en una Universidad llamada Riverside. Mi equipo, un periódico de California llamado San Francisco, acertó en quiénes eran los asesinos, pero no ganamos porque dimos pocas pruebas. Esto fue justo porque creo que en realidad acertamos por intuición, que es un tipo de inteligencia al fin y al cabo, ciertamente no metódica, pero no por eso menos humana: eso de saber que las cosas posiblemente sean de cierto modo, aunque no se sepa muy bien por qué.

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